Artículos de reflexión en Danza & Moda
Por Isabel Is My Name
Este artículo explora el fenómeno del «fast dance» como una expresión de las lógicas aplicadas a la producción coreográfica contemporánea. A partir de un análisis comparativo con el sistema del «fast fashion», se proponen alternativas sustentables y éticas desde la noción de danza artesanal, inspirada en el movimiento slow fashion. Se integran reflexiones teóricas, referencias a prácticas artísticas y una postura crítica hacia las instituciones culturales que promueven la aceleración de la creación, invitando a las instituciones a tener una mirada hacia la ARTESANIA en danza.


Mientras confeccionaba unas faldas recogidas para una nueva obra de una amiga, me asaltó una imagen inquietante: la danza como una prenda descartable. Pensé en lo efímero de nuestras creaciones, en la presión constante por producir, estrenar, olvidar. La danza contemporánea, paradójicamente, se ha convertido en una disciplina atravesada por las mismas lógicas que el fast fashion: velocidad, consumo, novedad.
El concepto de fast fashion refiere a un sistema de producción y consumo de indumentaria que privilegia la rapidez, la cantidad y el bajo costo por encima de la durabilidad, la calidad y la ética (Thomas, 2019). Este modelo ha sido duramente criticado por su impacto ambiental, social y cultural. Desde la confección hasta el descarte, el ciclo es vertiginoso: las prendas duran poco, se compran por impulso y se desechan sin mayor afecto ni vínculo con quien las viste. Este fenómeno se inscribe dentro de una lógica neoliberal de hiperproductividad, donde todo debe ser monetizado y consumido con urgencia.
La danza, como lenguaje artístico, no ha escapado a estas dinámicas. Muchas instituciones culturales fomentan un modelo de producción que podríamos llamar fast dance: creaciones rápidas, de corta duración, escasa profundización investigativa y condiciones laborales precarias. Obras concebidas para cumplir con cuotas institucionales, llenar espacios en festivales o ser consumidas fugazmente por espectadores cada vez más ansiosos por la novedad.


A menudo, el sistema premia la cantidad por sobre la calidad. Estrenar una obra cada año, cada semestre, cada mes, se ha vuelto una expectativa, no una excepción. En este contexto, la pregunta por la repetición resulta casi herética: ¿por qué no podemos volver a montar una obra anterior? ¿Por qué no se valora la relectura, el regreso, la reinterpretación? ¿por qué no podemos volver a usar ese vestido que tanto nos gusta ¿por qué no podemos volver a leer un libro o una revista antigua? ¿acaso piensan que será lo mismo? claro y definitivamente que NO, por que YO no seré la misma mujer que fui antes cuando use aquel vestido… Y NO seré la misma mujer que vió esa obra de danza hace un año atrás. ¿Y si soy la misma?¿cuál sería el problema?, ¿ o acaso no nos hemos tomado mil y una vez ese mismo café co pan cpn jamón? ¿acaso no disfrutamos de volver a casa y sentir ese aroma de siempre? ¿acaso no podemos volver a sentir lo maravillosamente increíble que fue ver esa obra otra vez?.
Tal como plantea Walter Benjamin (1935/2003), toda experiencia estética está atravesada por la temporalidad: no somos las mismas personas cada vez que accedemos a una obra, y por lo tanto, la obra nunca es la misma.
La repetición, lejos de ser una renuncia a lo nuevo, puede ser un acto radical. Gilles Deleuze (1968/2002), en Diferencia y repetición, sostiene que repetir no es imitar ni reproducir, sino afirmar una diferencia en el tiempo. Volver sobre una obra, un texto, un movimiento, es permitir que esa experiencia se transforme en otra. Así como no somos el mismo cuerpo cada vez que usamos un vestido, no somos la misma subjetividad que habita una coreografía.
Desde este enfoque, propongo pensar la práctica coreográfica desde la lógica de la artesanía. Tal como sucede en la alta costura –donde cada prenda es única, hecha a medida, con atención minuciosa a los detalles y respeto por los tiempos del hacer–, la danza también puede concebirse como una labor artesanal. Esta visión se vincula con el movimiento slow fashion, surgido en los años 80 como respuesta a la cultura de la velocidad y expandido luego a múltiples disciplinas (Honoré, 2004).


En el ámbito de la moda, el concepto de slow fashion fue articulado por Kate Fletcher (2010) como una práctica consciente que promueve la durabilidad, la reparación, el vínculo emocional con la prenda y el respeto por quienes la producen. Orsola de Castro (2021) sostiene que “lo más sostenible es lo que ya existe”, invitando a recuperar, cuidar y resignificar lo que el sistema ha catalogado como obsoleto. Esta ética del cuidado puede trasladarse al campo de la danza, donde lo “ya hecho” no necesariamente implica caducidad, sino experiencia acumulada, madurez estética y profundidad.
Ser una slow creativ –una creadora lenta– implica asumir una postura ética frente a la creación. Implica trabajar con el cuerpo como si fuera una tela viva, que guarda memoria, cicatrices, historia. Implica, también, resistir a la lógica del espectáculo y la inmediatez, apostando por procesos largos, colaborativos, conscientes. La danza así entendida no es solamente entretenimiento ni mercancía: es un lenguaje de transformación.
Un ejemplo de esta perspectiva lo encontramos en el trabajo de la coreógrafa Anne Teresa De Keersmaeker, quien ha explorado durante décadas la relectura de partituras coreográficas, tanto propias como ajenas, integrando la repetición como principio compositivo y filosófico. Obras como Rosas danst Rosas (1983) han sido remontadas múltiples veces, sin perder su potencia, sino ganando nuevas capas de sentido a través de los cuerpos que las habitan. Lejos de entender la repetición como estancamiento, De Keersmaeker propone una arqueología del movimiento: excavar, revisar, recomponer.
Otro caso relevante es el de la compañía argentina Combinado Argentino de Danza, cuya directora Andrea Servera reivindica la danza como oficio colectivo. En sus procesos, el vestuario, los objetos y las escenografías son reutilizados y reciclados como parte de una estética política que cuestiona el descarte y propone una poética del residuo. Esta apuesta por la sostenibilidad material se articula con una sostenibilidad humana: tiempos de ensayo cuidados, vínculos horizontales y obras que no se agotan en su estreno.
La danza artesanal no es una nostalgia del pasado ni una renuncia a la innovación. Por el contrario, es una forma de abrir nuevas temporalidades, de cultivar el detalle, de habitar el proceso como parte esencial de la obra. En este sentido, la repetición no es simple reiteración, sino oportunidad de transformación.
Hoy, más que nunca, la danza necesita artesanas. Creadoras que se atrevan a decir “no” a la velocidad, al descarte, al show vacío. Que elijan coser en lugar de cortar. Que insistan en volver a casa, a los gestos mínimos, a los cuerpos comunes. Que como mi abuela, tejan a crochet, punto por punto. Que como mi abuelo, entrelacen fibras con paciencia. Que no se olviden de lo que el tiempo –y no la moda– construye.
Referencias:
Benjamin, W. (2003). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (3ª ed.). Itaca. (Trabajo original publicado en 1935) de Castro, O. (2021). Loved clothes last: How the joy of rewearing and repairing your clothes can be a revolutionary act. Penguin Life.Deleuze, G. (2002). Diferencia y repetición (3ª ed.). J. Pujol (Trad.). Editorial Ariel. (Trabajo original publicado en 1968) Fletcher, K. (2010). Slow fashion: An invitation for systems change. Fashion Practice, 2(2), 259–265. Honoré, C. (2004). In Praise of Slowness: Challenging the Cult of Speed. HarperOne. Kunst, B. (2015). Artist at Work: Proximity of Art and Capitalism. Zero Books. Thomas, D. (2019). Fashionopolis: The price of fast fashion and the future of clothes. Penguin Press.
